Sin entrar en muchos detalles, que tampoco queremos dar “demasiada” envidia, contaros que el viaje ha sido una maravilla.
Habíamos dedicado muchas horas a prepararlo, leyendo todo lo que podíamos, y teníamos un poco de miedo a habernos creado unas expectativas demasiado altas. Pero en absoluto: la polinesia francesa ha sido el viaje de nuestras vidas.
En algún momento pensamos que tal vez se nos atragantaría tanta playa al visitar cinco islas, y sin embargo en cada una hemos podido hacer y ver cosas distintas… de hecho en alguna nos hemos quedado con ganas de más playa y nos ha faltado el tiempo para verlo todo.
El viaje al final ha durado 19 días, con visitas a la ida y a la vuelta en Nueva York, que también nos ha impactado – tanto que alargamos un día más el viaje para poder ver un poco más de la gran manzana.
Nueva York: día 19 y día 20 de julio.
Tahiti: día 21 y día 22.
Moorea: día 22, 23, 24, 25.
Huahine: día 25 y día 26.
Tahaa: día 27, 28 y 29.
Bora Bora: día 29, 30, 31, 1 y 2.
y Nueva York de nuevo: día 3, 4 y 5.
Llegando a Valencia el día 6 de agosto.
En Nueva York sólo nos dio tiempo para ver lo más típico, así que “tendremos que volver” ;). Visitamos el Empire State, Times Square, Central Park, la quinta avenida, Broadway, Centra Station, la ONU, Little Italy, Chinatown, el puente de Brooklin, la Zona Cero, Wall Street, cogimos el ferry a Staten Island, y, por supuesto, fuimos de compras.
En la Polinesia en cambio, fue todo mucho más relajado, acorde a las costumbres del lugar.
- En Tahiti, aprovechamos para ver Papeete, la capital… viniendo de NY es mucho llamarla ciudad, pero tiene su encanto. Además es el mejor sitio para hacer compras (perlas de Tahiti, aceites de monoi, pareos, etc..). También alquilamos un coche para dar la vuelta a la isla y visitar – con baño incluido- unas cascadas impresionantes hacia el interior de la isla. Tahiti no es una sitio de playas, y sin embargo ya aquí nos impresionaron las vistas del océano.
- Moorea nos sorprendió muy gratamente. Pensábamos que sería una isla de transición y descubrimos que fue una de las paradas en ruta que más tenía que ofrecer. Empezando por el hotel, que se salía un poco de lo normal encalado en la montaña y con vistas al océano, y terminando por la variedad de actividades ofertadas, todo fue perfecto (el único pero: nos llovió una tarde). En esta isla, pudimos también alquilar un coche y visitar el interior, con una vegetación muy diferente a la que tenemos en España, visitamos una plantación de piñas y una fábrica de zumos y licores; también tuvimos la primera oportunidad de bucear con rayas y dar de comer a tiburones. Nadamos con delfines y visitamos un motu (isla) privada que el hotel ponía a nuestra disposición para ir a la playa. Moorea y el Legends (nuestro hotel) se quedan sin duda en la lista de “si nos sale la loto… volvemos”.
- En Huahine llegamos con bastante mal tiempo, pero por suerte sólo duró una tarde. Es una de las islas menos visitadas, y se nota porque todo es “todavía” más tranquilo. Al hotel sólo se accedía en barca, como con el resto de hoteles a los que fuimos. Teníamos la playa para nosotros solos, y la visita al pueblo principal fue realmente corta – todo estaba cerrado porque además era domingo. Así que aprovechamos para qué nos dieran un masaje en la habitación y bucear en busca de “nemos”.
- Tahaa es otra de las islas a la que no dudaríamos en volver. No es muy visitada y estábamos en uno de los mejores hoteles de toda la polinesia. Creíamos que sería un poco pijo, pero nos trataron de fábula (la comida muy buena, el spa, la piscina, etc). Los días en la playa se nos pasaban volando, buceando con rayas y entre corales. La isla principal también era curiosa, con nada de turismo aprovechamos para visitar una plantación de vainilla y una granja de perlas. Una de las noches disfrutamos de un espectáculo de danza tahitiana (tamure). Manolo aprovechó para hacer las dos primeras inmersiones (avistamiento de tortuga y navegación del arrecife) y Luz se dejó tostar en la piscina acompañada de buena música.
- Finalmente Bora Bora fue nuestra última parada en la polinesia. El hotel también era una maravilla… pero después del Tahaa prívate Island, nos supo a poco – más que nada porque todo era más caro y no teníamos un servicio tan dedicado. Cuando llegamos nos dijeron que Bora Bora era el Benidorm de la polinesia… y claro, nos asustaron un poco. Obviamente, el que nos lo decía no sabía muy bien lo que era Benidorm, porque en Bora Bora de nuevo teníamos las playas casi para nosotros solos. Lo mejor de esta isla, además del buceo en la laguna privada del hotel, fue la visita al centro de recuperación de tortugas, donde nos dejaron nadar con ellas. Manolo hizo sus otras dos inmersiones (avistamiento de manta gigante y baño entre tiburones).
Nos han quedado cosas por ver – los atolones o las islas marquesas – y por hacer -montar a caballo por la playa, por ejemplo pero también queda en nuestro recuerdo ese olor a la flor de tiaré que envolvía todas las islas y las pocas palabras que aprendimos en tahitiano, ia orana(hola), nana(adios) o maururu(gracias). Nos tememos que, al contrario que con Nueva York, volver a la polinesia no será algo que pueda entrar en nuestros planes en los próximos años. Así que vamos a tener que “conformarnos” con los recuerdos y las fotos que tomamos.